lunes, 15 de agosto de 2011

FILOSOFERÁ? Arranca la segunda Vuelta! Este domingo 21 a las 20 hs

Filósofo¿Será?
un taller de pensamiento
(2.0)

Hacer filosofía en ¿será? es casi una redundancia. Porque la pregunta que nos reúne, la que da nombre al lugar que nos aloja, es en sí misma filosófica.
Una de las frases más recordadas de la historia de la filosofía propone: “nadie sabe lo que puede un cuerpo”.
Nadie sabe, por eso ¡hay que pensar!
Y para resistir a quienes dicen “ser” y “poder”, basta con desenfundar una simple posibilidad: ¿será?

La propuesta consiste en juntarnos a compartir las impresiones que produzcan en cada uno de los partícipes, la lectura de una serie de textos escritos por distintos filósofos, que siguen estimulando en nosotros el deseo y la imaginación.


Programa mínimo
(pa´ empezar a hablar)

Domingo 21 de agosto, 20 hs. Crítica de la moral victimizante
Frantz Fanon: “Introducción” y “A modo de conclusión” (del libro Piel negra, máscaras blancas, escrito en 1952).
Y para quienes quieran profundizar, vale la pena leer la “Introducción” al libro La noche de los proletarios, de Jacques Ranciére.

En esta ocasión contaremos con un tipo de artes culinarias cuya alma tiende al vegetarianismo.


Sábado 3 de septiembre, 20 hs. Mas allá de la ideología
Félix Guattari: Autogestión y narcisismo (1968), perteneciente a Psicoanálisis y transversalidad.
Se recomienda, en el mismo libro, el Prefacio Tres problemas de grupo, escrito por Gilles Deleuze. Y como postre, Elogio del Egoísmo del Cuakerboy.

Para compensar, la parrilla estará a pleno en la vereda, recibiendo a los pensadores.


Sábado 17 de septiembre, 20 hs. El poder no es propiedad de “los malos”
Etienne de la Boétie: Selección del Discurso sobre la Servidumbre Voluntaria o El Contra Uno (siglo XVI)”.

Está pendiente quién nos deleitará con un buen alimento para el cuerpo. Se escuchan ofertas.


Sábado 8 de octubre, 20 hs. Subjetividad y política.
León Rozitchner: Prólogo a la primera edición (de Perón, entre la sangre y el tiempo. Lo inconciente y la política, escrito el 31 de diciembre de 1979).
Y para quienes se queden con hambre de letras, sugerimos leer Patologías de la hiperexpresión, del pensador italiano Franco Berardi, sobre las nuevas experiencias subjetivas postalfabéticas.

Está pendiente quién nos deleitará con un buen alimento para el cuerpo.


Sábado 22 de octubre, 20 hs. Contra la buena leche progresista
Friedrich Nietzsche: Fragmentos de Mas allá del bien y del mal (1886)
Si hay algún valiente que se anime ir a fondo en la exploración de la fuerza destructiva que puede poseer la humanidad, puede leer el cuento El niño proletario, de Osvaldo Lamborghini.

Está pendiente quién nos deleitará con un buen alimento para el cuerpo.


“Piel negra, mascaras blancas”
De Frantz Fanon


Introducción:

Yo hablo de millones de hombres a quienes sabiamente se les ha inculcado el miedo, el complejo de inferioridad, el temblor, el arrodillamiento, la desesperación, el servilismo
Aime Cèsaire, Discurso sobre el colonialismo, 1950



La explosión no ocurrirá hoy. Es demasiado pronto… o demasiado tarde.
No vengo armado de verdades decisivas.
Mi conciencia no esta atravesada por fulgores esenciales.
Sin embargo, con total serenidad, creo que seria bueno que se dijeran ciertas cosas.
Esas cosas, voy a decirlas, no a gritarlas. Pues hace mucho tiempo que el grito ha salido de mi vida.
Y esta tan lejano…
¿Por qué escribir esta obra? Nadie me lo ha rogado.
Especialmente no aquellos  a los que se dirige.
¿Entonces? Entonces, con calma, respondo que hay demasiados imbeciles sobre esta tierra. Y como he dicho, se trata de demostrarlo.
Hacia un nuevo humanismo…
La comprensión de los hombres…
Nuestros hermanos de color…
Yo creo en ti, hombre…
Los prejuicios radicales…
Comprender y amar…
 Por todas partes me asaltan y tratan de imponérseme decenas y centenares de páginas. Sin embargo, una sola línea bastaría. Una única respuesta que dar y el problema negro se despoja de su seriedad.
¿Qué quiere el hombre?
¿Qué quiere el hombre negro?
 Aunque me exponga al resentimiento de mis hermanos de color, diré que el negro no es un hombre.
 Hay una zona de no-ser, una región extraordinariamente estéril y árida, una rampa esencialmente despojada, desde la que puede nacer un autentico surgimiento. En la mayoría de los casos, el negro no ha tenido la suerte de hacer esa bajada a los verdaderos infiernos.
El hombre no es solamente posibilidad de recuperación, de negación. Si bien es cierto que la conciencia es actividad de trascendencia, hay que saber también que esa trascendencia esta obsesionada por el problema del amor y de la comprensión. El hombre es un SI vibrante de armonías cósmicas. Desgarrado, disperso, confundido, condenado a ver disolverse una tras otra las verdades que ha elaborado, tienen que dejar de proyectar sobre el mundo una antinomia que le es coexistente.
 El negro es un hombre negro; es decir que, gracias a una serie de aberraciones afectivas, se ha instalado en el seno de un universo del que habrá que sacarlo.
 El problema es importante. Pretendemos nada menos que liberar al hombre de color de si mismo. Iremos muy lentamente, porque hay dos campos: el blanco y el negro.
 Tenazmente interrogaremos a las dos metafísicas y veremos que con frecuencia, son muy disolventes.
 No tendremos ninguna piedad por los antiguos gobernantes, por los antiguos misioneros. Para nosotros el que adora a los negros* esta tan /enfermo/ como el que los abomina.
A la inversa, el negro que quiere blanquear su raza es tan desgraciado como el que predica el odio al blanco.
 En lo absoluto, el negro no es más amable que el checo y en verdad se trata de dejar suelto al hombre.
 Hace tres años que este libro debiera haberse escrito…pero entonces las verdades nos quemaban. Hoy pueden ser dichas sin fiebre. Esas verdades no necesitan arrojarse a la cara de los hombres. No quieren entusiasmar. Nosotros desconfiamos del entusiasmo.
 Cada vez que lo hemos visto aflorar por algún sitio, anunciaba el fuego, la hambruna, la miseria…también el desprecio por el hombre.
 El entusiasmo es el arma por excelencia de los impotentes.
 Esos que calientan el hierro para golpearlo inmediatamente. Nosotros querríamos calentar la carcasa del hombre y a partir. Quizás llegaríamos a este resultado: al hombre manteniendo ese fuego por autocombustión.
 Al hombre liberado del trampolín que constituye la resistencia del otro y horadando en su carne para hallar un sentido.
 Solamente algunos de los que nos lean adivinaran las dificultades que hemos tenido en la redacción de esta obra.
 En una época en la que la duda escéptica se ha instalado en el mundo, donde, según una banda de canallas, no es ya posible discernir el sentido de lo no sentido, se hace arduo descender a un nivel en el que las categorías de sentido y de no sentido aun no se emplean.
 El negro quiere ser blanco. El blanco se empeña en realizar su condición de hombre. A lo largo de esta obra veremos elaborarse un ensayo de comprensión de la relación negro-blanco.
 El blanco esta preso en su blancura.
 El negro en su negrura.
 Intentaremos determinar las tendencias de ese doble narcisismo y las motivaciones a las que remite.
 A principio de nuestras reflexiones, nos había parecido inoportuno el explicitar las conclusiones de lo que se va a leer.
 La única guía de nuestros esfuerzos es la inquietud por terminar con un círculo vicioso.
 Es un hecho: los blancos se consideran superiores que los negros.
 Es también un hecho: los negros quieren demostrar a los blancos, cueste lo que cueste, la riqueza de sus pensamientos, la potencia igual de su mente.
¿Cómo salir de ahí?
 Hace un momento hemos usado el término de narcisismo. En efecto, pensamos que solo una interpretación psicoanalítica del problema negro puede revelar las anomalías afectivas responsables del edificio complexual. Trabajamos para una lisis total de este universo mórbido. Consideramos que un individuo ha de tender a asumir el universalismo inherente a la a la condición humana. Y cuando adelantamos esto, pensamos en hombres como Gobineau o en mujeres como Mayotte Capècia. Pero, para llegar a esta aprehensión, es urgente desembarazarse de una serie de taras, secuelas de la época infantil.
 La desgracia del hombre, decía Nietzche, es el haber sido niño. No obstante, no podemos olvidar, como lo da a entender Charles Odier, que el destino del neurótico sigue estando en sus manos.
 Por penosa que nos resulte esta constatación, estamos obligados a hacerla: para el negro no hay más que un destino. Y es blanco.
 Antes de abrir el proceso, nos limitaremos a decir algunas cosas. El análisis que vamos a emprender es psicológico. No obstante, para nosotros sigue siendo evidente que la verdadera desalineación del negro implica una toma de conciencia abrupta de las realidades económicas y sociales. Si hay complejo de inferioridad, este se produce tras un doble proceso:
-         económico, en primer lugar;
-         por interiorización o, mejor dicho, por epidermizacion de esta inferioridad, después.
Como reacción contra la tendencia constitucionalista de finales del siglo XIX, Freud, mediante el psicoanálisis, pedía que se tuviera en cuenta el factor individual. Sustituía una tesis filogenetica por la perspectiva ontogenetica. Veremos que la alineación del negro no es una cuestión individual. Junto a la filogenia y la ontogenia, esta la sociogenia. En cierto sentido, para responder al voto de Leconte y Damey digamos que de lo que se trata aquí es de un sociodiagnostico
¿Cuál es el pronóstico?
 Pero la sociedad, al contrario que los procesos bioquimicos, no se hurta a la influencia humana. El hombre es eso por lo que la sociedad llega a ser. El pronostico esta entre las manos de los que bien querrían sacudir las raíces carcomidas del edificio.
 El negro ha de luchar sobre los dos planos: puesto que, históricamente, se condicionan, toda liberación unilateral es imperfecta, y el peor error seria creer en su dependencia mecánica. Por otra parte, los hechos se oponen a semejante inclinación sistemática. Nosotros lo demostraremos.
 La realidad, por una vez, reclama una comprensión total. Sobre el plano objetivo tanto como sobre el plano subjetivo, debe aportarse una solución.
 Y no merece la pena venir con aires de /cangrejo ermitaño/ y proclamar que de lo que se trata es de salvar el alma.
 No habrá autentica desalineación mas que en la medida en que las cosas, en el sentido mas materialista, hayan recuperado su lugar.
 Es de buena educación prologar las obras de psicología con un punto de vista metodológico. Vamos a faltar a la costumbre. Dejamos los métodos a los botánicos y los matemáticos. Hay un punto en que los métodos se reabsorben.
 Querríamos situarnos. Trataremos de descubrir las distintas posiciones que adopta el negro frente a la civilización blanca.
 No se tratara aquí del /salvaje de la sabana/. Para él hay ciertos elementos que aun no tienen peso.
Consideramos que, por el hecho de la presentación de las razas blanca y negra, se ha apelmazado un complexus psicoexistencial. Mediante el análisis, nosotros apuntamos a su destrucción.
 Muchos negros no se reconocerán en las líneas que siguen.
 Paralelamente, tampoco muchos blancos.
 Pero el hecho de que yo me sienta ajeno al mundo del esquizofrénico o al del impotente sexual no ataca en nada su realidad.
 Las actitudes que me propongo describir son verdaderas. Me las he encontrado un número incalculable de veces.
 En los estudiantes, en los obreros, en los chulos de Pigalle o Marsella, identificaba el mismo componente de agresividad y pasividad.
 Esta obra es un estudio clínico. Los que se reconozcan en ella habrán, creo, dado un paso adelante. Yo quiero verdaderamente conducir a mi hermano, negro o blanco, a sacudir lo mas enérgicamente posible el lamentable habito creado por siglos de incomprensión.
 La arquitectura del presente trabajo se sitúa en la temporalidad. Todo problema humano pide ser considerado a partir del tiempo. Lo ideal seria que el presente sirviera siempre para construir el porvenir.
 Y ese porvenir no es el del cosmos, sino el de mi siglo, de mi país, de mi existencia. De ninguna manera debo proponerme el mundo que vendrá detrás de mí. Yo pertenezco irreductiblemente a mi época.
 Y debo vivir para ella. El porvenir debe ser una construcción sostenida del hombre existente.
 Esta edificación se apega al presente en la medida en el que yo planteo este último como algo que sobrepasar.
 El negro evolucionado, esclavo del mito negro, espontáneo, cósmico, siente en un momento dado que su raza no le comprende.
 O que el ya no la comprende.
Entonces se felicita y, desarrollando esa diferencia, esa incomprensión, esa desarmonía, encuentra el sentido de su verdadera humanidad. O, más raramente, quiere ser de su pueblo. Y con la rabia en los labios y vértigo en el corazón se adentra en el gran agujero negro. Veremos que esa actitud tan absolutamente bella rachaza la actualidad y el porvenir en nombre de un pasado mítico.
 Siendo yo de origen antillano, mis observaciones y conclusiones solo son validas para las Antillas, al menos en lo que concierne al negro en su tierra. Se tendría que dedicar un estudio a la explicación de las divergencias que existen entre los antillanos y los africanos. Puede que lo hagamos un día. También puede ser que se vuelva inútil, algo de lo que solo pudríamos congratularnos.













 A modo de conclusión.

La revolución social no puede sacar su poesía del pasado, sino únicamente del futuro. No puede empezar consigo misma antes de despojarse de todas las supersticiones sobre el pasado. Las revoluciones precedentes apelaban a los recuerdos de la historia mundial con el fin de embriagarse de su propio contenido. Para alcanzar su propio contenido, las revoluciones del siglo XIX deben dejar a los muertos enterrar a los muertos. Allí, la expresión superaba el contenido. Aquí el contenido supera a la expresión.
Karl Marx, el 18 Brumario de Luis Bonaparte.



Ya veo la cara de todos los que me piden que precise sobre tal o cual punto, o que condene a esta u otra conducta.
 Es evidente, no dejare de repetirlo, que el esfuerzo de desalineación del medico de origen guadalupeño se deja comprender a partir de las motivaciones esencialmente diferentes de las del negro que trabaja en el puerto de Abiyàn. Para el primero, la alineación es de naturaleza casi intelectual. En tanto que concibe la cultura europea como medio de desprenderse de su raza, se coloca en la alineación. El segundo, en tanto que victima de un régimen basado en la explotación de una determinada raza por otra, en el desprecio de una determinada humanidad por una forma de civilización considerada superior.
 No llevemos la ingenuidad hasta el extremo de creer que los llamamientos a la razón o al respeto del hombre puedan cambiar la realidad. Para el negro que trabaja en las plantaciones de caña de Robert (distrito de Martinica) no hay sino una solución: la lucha. Y emprenderá y continuara esta lucha, no tras un análisis marxista o idealista, sino porque, sencillamente, no podrá concebir su existencia si no es bajo la forma de un combate contra la explotación, la pobreza y el hambre.
 No se nos ocurriría pedirles a esos negros que corrigieran la concepción que se forman de la historia. Además, estamos convencidos de que, sin saberlo, comulgan con nuestras opiniones, acostumbrados como están a hablar y pensar en términos de presente. Los pocos compañeros obreros que he tenido la oportunidad de conocer en Paris nunca se han planteado el problema del descubrimiento de un pasado negro. Sabían que eran negros, pero, me decían ellos, eso no cambia nada.
 Y en eso tenían todita la razón.
 A este respecto formule una observación que he podido ver en muchos autores: la alineación intelectual es una creación de la sociedad burguesa. Y llamo sociedad burguesa a toda sociedad que se esclerotiza en formas determinadas, prohibiendo toda evolución, todo avance, todo progreso, todo descubrimiento. Llamo sociedad burguesa a una sociedad cerrada en la que no se vive bien, donde el aire esta podrido, las ideas y la gentes putrefactas. Y creo que un hombre que toma partido contra esa muerte es, en un sentido, un revolucionario.
El descubrimiento de la existencia de una civilización negra en el siglo XV no me añade un ápice de humanidad. Se quiera o no, el pasado no puede de ninguna manera guiarme en la actualidad.
 La situación que he estudiado, se habrán dado cuenta, no es clásica. La objetividad científica me estaba vedada, porque el alienado, el neurótico, era mi hermano, mi hermana, era mi padre. He intentado constantemente revelar al negro que en cierto modo se anormaliza; al blanco que es a la vez mistificador y mistificado.
 El negro, en ciertos momentos, se halla encerrado en su cuerpo. Pero <para un ser que ha adquirido la conciencia de si y de su cuerpo, que ha llegado a la dialéctica del sujeto y el objeto, el cuerpo ya no es causa de la estructura de la conciencia, se ha convertido en objeto de conciencia> (Maurice Merlau-Ponty.)

El negro, aunque sincero, es esclavo del pasado. Sin embargo, soy un hombre y, en ese sentido, la guerra del Peleponeso es tan mía como el descubrimiento de la brújula. Frente al blanco, el negro tiene un pasado que valorizar, una revancha que tomarse; frente al negro, el blanco contemporáneo siente la necesidad de recordar la época antropofagica. Hace algunos años, la asociación Lionesa de estudiantes franceses de ultramar me pidió que respondiera a un articulo que, literalmente, hacia de la música de jazz una irrupción de canibalismo en el mundo moderno. Sabiendo adonde quería llegar, negué las premisas del interlocutor y le pedí al defensor de la pureza europea que se deshiciera de un espasmo que no tenia nada de cultural. Algunos hombres quieren inflar el mundo con su ser. Un filósofo alemán había descrito ese proceso con el nombre de patología de la libertad. En este caso, yo no tenia que tomar partido por la música negra contra la música blanca, sino ayudar a mi hermano para que abandonara  una actitud que no le beneficiaba nada.
El problema aquí planteado se sitúa en la temporalidad. Estarán desalineados aquellos negros y blancos que hayan rechazado dejarse encerrar en la torre sustancializada del pasado. Para muchos otros negros, la desalineación nacerá, por otra parte, del rechazo a tomar la actualidad como definitiva.
 Yo soy un hombre y puedo recuperar todo el pasado del mundo. No soy únicamente responsable de la revuelta de Santo Domingo.
 Cada vez que un hombre ha conseguido que triunfe la dignidad del espíritu, cada vez que un hombre ha dicho no ante un intento de sometimiento de su semejante, me he sentido solidario de su acción.
 De ninguna forma debo deducir del pasado de los pueblos de color mi vocación original.
De ninguna forma debo dedicarme a hacer revivir una civilización negra injustamente olvidada. No me hago el hombre de ningún pasado. No quiero cantar el pasado a expensas de mi presente y mi provenir.
 El indochino no se ha rebelado porque haya descubierto una cultura propia. Es porque <simplemente> le era imposible, en mas de una acepción, respirar.
 Cuando recordamos los relatos de los sargentos de carrera que, en 1938, describían el país de las piastras y los rickshaw, los boys y las mujeres baratas, se comprende demasiado bien la rabia con la que combaten los hombres del Viet Minh.
Un compañero, con quien estuve durante la última guerra, ha vuelto de Indochina. Me ha puesto al corriente de muchas cosas. Por ejemplo, de la serenidad con las que los jóvenes vietnamitas de dieciséis o diecisiete años caen ante el pelotón de ejecución. Una vez, me dijo, tuvimos que tirar arrodillados: los soldados temblaban ante estos jóvenes <fanáticos>. En conclusión, añadía, <la guerra que hemos hecho juntos no era más que un juego a lado de lo que ocurre allí>.
 Vistas desde Europa estas cosas son incomprensibles. Algunos argumentan una supuesta actitud asiática ante la muerte. Pero estos filósofos de baratillo no convencen a nadie. Esa serenidad asiática, los <granujas> de Vercors y los <terroristas> de la resistencia la han demostrado por su cuenta no hace mucho tiempo.
 Los vietnamitas que mueren ante el pelotón de ejecución no esperan que su sacrificio permita la reaparición de un pasado. Aceptan morir en nombre del presente y del futuro.
 Si en un momento dado se me planteo la cuestión de ser efectivamente solidario con un pasado determinado, fue en la medida en la que me comprometí, frente a mi mismo y ante mi prójimo, a combatir con toda mi existencia y toda mi fuerza para que nunca hubiera, sobre la tierra, pueblos sometidos.
 No es el mundo negro el que dicta la conducta. Mi piel negra no es depositaria de valores específicos. Desde hace tiempo el cielo estrellado que dejaba palpitante a Kant nos ha revelado sus secretos. Y la misma ley moral duda.
En tanto hombre, me comprometo a afrontar el riesgo de la aniquilación para que dos o tres verdades lancen sobre el mundo su claridad esencial.
 Sartre ha mostrado que el pasado, en la línea de una actitud inauténtica <atrapa> en masa y, solidamente andamiado, informa entonces al individuo. El pasado se trasmuta en valor. Pero yo puedo también retomar mi pasado, valorizarlo o condenarlo por mis elecciones sucesivas.
 El negro quiere ser como el blanco. Para el negro no hay sino un destino. Y es blanco. Ya hace mucho tiempo que el negro ha admitido la superioridad indiscutible del blanco, y todos sus esfuerzos se dirigen a realizar una existencia blanca.
¿no tengo otra cosa en la tierra que vengar a los negros del siglo XVII?
¿Debo, sobre esta tierra, que ya trata de ocultarse, plantearme el problema de la verdad negra?
¿Debo confinarme en la justificación de un ángulo facial?
No tengo derecho, yo, hombre de color, a investigar que hace superior o inferior a mi raza frente a otra.
 No tengo derecho yo, hombre de color, a anhelar la cristalización en el blanco de una culpabilizacion ante el pasado de mi raza.
 No tengo derecho yo, hombre de color, a preocuparme de los medios que me permitirían pisotear el orgullo de mi antiguo amo.
 No tengo ni el derecho ni el deber de exigir reparación por mis ancestros domesticados.
 No hay misión negra; no hay carga blanca.
 Me descubro un día en un mundo donde las cosas van mal; un mundo en el que me reclaman que pelee; un mundo en el que es siempre cuestión de aniquilamiento o victoria.
 Me descubro yo, hombre, en un mundo en el que las palabras se orlan de silencio, en un mundo donde el otro, interminablemente, se endurece.
 No, yo no tengo derecho a venir y gritar mi odio al blanco. No tengo el deber de murmurar mi reconocimiento al blanco.
 He aquí mi vida atrapada en el lazo de la existencia. He aquí mi libertad que me remite a mi mismo. No, no tengo derecho a ser un negro.
 No tengo el deber de ser esto o aquello…
 Si el blanco discute mi humanidad, le mostrare, haciendo pesar sobre su vida todo mi peso de hombre, que yo no soy <aquel negrito> que se empeña a imaginar.
 Me descubro un día en el mundo y me reconozco un único derecho: el de exigir a otro un comportamiento humano.
 Un solo deber. El de no renegar de mi libertad a través de mis elecciones.
 No quiero ser la victima de la astucia de un mundo negro.
 Mi vida no debe consagrarse a hacer el balance de los valores negros.
No hay mundo blanco, no hay ética blanca, ni tampoco inteligencia blanca. Hay en una y otra parte del mundo hombres que buscan.
 No soy prisionero de la historia. No debo buscar allí el sentido de mi destino.
Debo recordar en todo momento que el verdadero salto consiste en introducir la invención en la existencia.
 En el mundo al que me encamino, me creo interminablemente.
Soy solidario del ser en la medida en que lo supero.
Y vemos, a través de un problema particular, perfilarse el de la acción. Colocado en este mundo, en situación, <embarcado> como lo quería pascal, ¿voy a acumular armas?
¿Voy a pedirle al hombre blanco de hoy la responsabilidad de los negreros del siglo XVII?
¿Voy a intentar por todos los medios que nazca la culpabilidad en las almas?
¿El dolor moral ante la densidad del pasado? Yo soy negro y toneladas de cadenas, tormentas de golpes, ríos de escupitajos fluyen sobre mis hombros.
 Pero no tengo derecho a dejarme anclar. No tengo derecho a admitir la menor parcela de ser en mi existencia. No tengo derecho a dejarme enviscar por las determinaciones del pasado.
 No soy esclavo de la esclavitud que deshumanizo a mis padres.
 Para muchos intelectuales de color, la cultura europea presenta un carácter de exterioridad. Mas aun, en las relaciones humanas, el negro puede sentirse ajeno al mundo occidental. Si no quiere parecer el pariente pobre, el hijo adoptivo, el chico bastardo, ¿va a intentar febrilmente descubrir una civilización negra?
 Que ante todo se nos comprenda. Estamos convencidos de que seria de gran interés entrar en contacto con una literatura o una arquitectura negras del siglo III antes de Jesucristo. Estaríamos muy contentos de saber que existe una correspondencia entre tal filósofo negro y Platón. Pero no vemos en absoluto lo que podría cambiar ese hecho la situación de los niños de ocho años que trabajan en plantaciones de caña de Martinica o Guadalupe.
La desgracia y la inhumanidad del blanco son el haber matado al hombre en algún lugar.
 Es, todavía hoy, organizar racionalmente esta deshumanización. Pero yo, hombre de color, en la medida en la que me es posible existir absolutamente, no tengo derecho a refugiarme en un mundo de reapariciones retroactivas.
 Yo, hombre de color, solo quiero una cosa:
 Que nunca el instrumento domine al hombre. Que cese para siempre el sometimiento del hombre por el hombre. Es decir, de mi por otro. Que se me permita descubrir y querer al hombre, allí donde se encuentre.
 El negro no es. No más que el blanco.
 Los dos tienen que apartar las voces inhumanas, que fueron las de sus respectivos ancestros, a fin de que nazca una autentica comunicación. Antes de comprometerse en la voz positiva, hay un esfuerzo de desalineación para la libertad. Un hombre, al principio de su existencia, esta siempre congestionado, ahogado en la contingencia. La desgracia del hombre es haber sido niño.
 Mediante un esfuerzo de reconquista de si y de despojamiento, por una tensión permanente de su libertad, los hombres pueden crear las condiciones de existencia ideales de un mundo humano.
¿Superioridad? ¿Inferioridad?
¿Por qué no simplemente intentar tocar al otro, sentir al otro, revelarme al otro?
Mi libertad, ¿no se me ha dado para edificar el mundo del tú?
 Al final de esta obra, me gustaría que sintieran, como nosotros, la dimensión abierta de toda conciencia.
 Mi último ruego:
¡OH, cuerpo mío, haz siempre de mi un hombre que interroga!


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